Los chamanes del Bredunco (Meseta 1)
En las
noches mestizas que subían de la hierba,
jóvenes
caballos, sombras curvas, brillantes,
estremecían
la tierra con su casco de bronce.
Negras
estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.
Después,
de entre grandes hojas, salía lento el mundo.
La
ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.
(Reyes
habían ardido, reinas blancas, blandas,
sepultadas
dentro de árboles gemían aún en la espesura).
Morada
al Sur, Aurelio Arturo
Mi destino no está escrito en las estrellas; tampoco en
mis manos: no tienen huellas ni líneas palmares; mi destino y el de la
humanidad está guardado en mi sangre (tu nombre también, Dios de la Eterna
Noche). Mis padres lo sabían, por eso mi madre, en secreto, me consagró a Ti,
Señor; y sólo, sólo me lo reveló la noche elegida, la de su muerte.
Esa noche tejió en su pelo cano (y en el mío, también
cano) unas trenzas menuditas que se sabía de memoria; me sonrió dulcemente
mostrando su dentadura amarilla, curtida por el tabaco; y envuelta en lágrimas
cantó una melodía hermosa, en lengua arcaica. Porque la había escuchado cantar
para los difuntos, la repetí de memoria, llorando. Pero su canto eran las
únicas palabras vivas de una lengua muerta que solo hasta entonces comprendí:
mi madre las tradujo, antes de morir.
La sepultamos en sagrado, en tierra de la selva que no
conoce huella humana. Tiempo después calcinamos sus huesos; y cuando se
hicieron ceniza, no las depositamos en una vasija de barro. No. Las arrojamos
al viento, junto a nuestros mayores y nuestras mayoras que no conocen reposo
desde que profanaron sus tumbas. Seguido, adoramos tu nombre, como hacía siglos
ningún mortal lo veneraba, pues mis hermanos, esclavos del olvido, se
arrodillan ahora ante un ídolo falso: un Dios extranjero asesinado hace siglos
por sus propios súbditos y suplantado por una imagen diabólica que finge amor,
y siembra odio; en cambio Tú, Señor, aún estás vivo, porque los mayores y las
mayoras te presintieron entre los Andes majestuosos y te llevaron en cada gota
de su sangre.
Ahora, Dios de la Eterna Noche, Dios de todos los Dioses,
mi sangre recuerda que tu nombre es el canto de mi madre muerta; recuerda
también el primer olvido que duró milenios, cuando eran aún de piel blanda las
rocas escupidas a orillas del Bredunco, por el Puracé: esa noche, noche
telúrica, noche agónica, noche aciaga, cayeron del cielo lamidas por una
incandescencia lluviosa, que se hizo ceniza, viento… y espíritu. Tuvimos miedo,
pero Tú nos acogiste entre tus brazos, con tal fortaleza, que nuestros cuerpos
se hicieron ceniza, viento... y espíritu; gracias a Ti, escapamos de la muerte
y habitamos en la selva, por siglos; luego nos hiciste carne; entonces
restauramos tu templo de piedra, cultivamos tu tierra y protegimos tu fauna.
Pero una noche, noche voraz, noche incesante, noche
asesina, llegaron bestias de cola peluda e invertebrada, unas; y otras,
rabiosas, de hocico babeante y cola ósea pero velluda, junto a hombres también
rabiosos, babeantes y velludos. Ellos trajeron un dios impostor pronunciado en
lengua extraña. En su nombre aniquilaron a tus hijos; también violaron a tus
hijas; profanaron tu templo, tu fauna, tu flora y se llevaron todas tus
riquezas, todas menos una: ¡Tu nombre¡; porque una noche cósmica, noche eclipsada,
noche primordial, la noche de todas las noches, me elegiste para guardarlo;
entonces nos reuniste en la maloca, y usando al chamán como instrumento,
empujaste el puñal de roca cósmica, con mano poderosa pero sagrada, sobre mi
pecho…
Y esa noche, noche primordial, noche boca arriba, vi el plenilunio enrojecido posado sobre las lajas del templo, igual que mi pecho sangrante… Y después, mucho después, envuelto entre nubes blancas me guiaron ante Tí las águilas que habitan en tu mirada de piedra, las mismas que hoy anidan en los Andes y desafían los vientos turbulentos.
Ahora después de siglos hechos de oprobios que no cesan, puedo recordarlo. Ahora sé que mi destino es gritar tu nombre al viento que tampoco cesa y que eternamente guarda nuestros muertos: también él guardará tu nombre, Dios de la Eterna Noche.