La bola de fuego, que consumió la pestilente bahÃa, fue solo el comienzo de la extinción de las grandes urbes. Antes habÃa cundido el hambre y la pandemia, sobre todo la pandemia. Todos vieron venir su precuela: el calentamiento global, pero nadie hizo nada para detenerlo. Al contrario, muchos negaron su existencia.
La temperatura promedio subió escasos tres grados centÃgrados, pero fue suficiente para derretir gran parte del permafrost, ese cementerio de animales congelados que cubre los cascos polares del planeta. Gracias a esta desglaciación afloraron a la superficie, perfectamente conservados, los cuerpos sin vida de mamuts lanudos, leones de las cavernas, lobos del pleistoceno y cientos de virus, hongos y bacterias prehistóricos.
La proliferación de estos cadáveres permitió a la ciencia encontrar el genoma necesario para completar la información genética del mamut lanudo. Combinándolo con el ADN de sus parientes cercanos, los elefantes asiáticos, pudieron resucitar al mamut, después de seis millones de años de extinción.
Tal éxito los llevó a desarrollar nuevos experimentos en ingenierÃa genética, a fin de mejorar otras especies animales, incluyendo la especie humana. Para tal efecto buscaron por todos los rincones del planeta genoma humano ancestral. Y fue por esta razón que los cientÃficos internacionales llegaron al Bredunco, una comunidad chamánica que gracias a Ti, Señor de la Eterna noche, habÃa resistido la colonización española y habitaba ahora, hacia la segunda mitad del Siglo XXI, en el corazón de la selva amazónica.
El desarrollo tecnológico habÃa logrado el milagro cientÃfico de resucitar al mamut, pero también habÃa hecho resucitar virus prehistóricos dormidos desde hacÃa millones de año. Uno de esos virus fue conocido como ARCTIC-66 o simplemente 666, una especie de SARC que saltó de los nuevos-grandes mamÃferos a los humanos, y gracias al calentamiento global pudo expandirse alrededor del mundo.
La respuesta fue inmediata: una docena de vacunas contra el SARC ARCTIC-66 que se elaboraron utilizando las mismas metodologÃas y precursores que, años atrás se habÃan usado para sintetizar la vacuna contra el SARC- COVID-19.
Las vacunas fueron un fracaso. El virus mostró resistencia a todas y, peor, mutó a una forma más agresiva de virulencia que además de atacar el sistema respiratorio, también atacaba el sistema inmune, o al menos eso se dijo al principio antes de que las grandes farmacéuticas reconocieran el fracaso de la vacunación masiva.
Lo cierto es que a principios del siglo
XXI, mil cuatrocientos millones de personas en el mundo estaban infectadas de
tuberculosis, pero solo un pequeño porcentaje habÃa desarrollado los sÃntomas.
Sin embargo, a principios de la segunda mitad del mismo siglo, en un lapso de
pocos meses más de cien millones de personas todas vacunadas presentaron
insuficiencia en el sistema inmune desarrollando los sÃntomas de una nueva
forma de tuberculosis; y aunque el virus era harto conocido porque habÃa permanecido
dormido en los pulmones de la humanidad durante miles de años, lo cierto es que
para esta nueva cepa no existÃa ningún tratamiento, ninguno, Señor de la Eterna
Noche.
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