Guardada en la sangre (Meseta 5)


Te hablo de días circuidos por los más finos árboles:

te hablo de las vastas noches alumbradas

por una estrella de menta que enciende toda sangre:

te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria

que cae eternamente en la sombra, encendida:

te hablo de un bosque extasiado que existe

sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa

violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.


Morada al Sur, Aurelio Arturo

 

Después de un breve tratamiento y de muchos exámenes me reintegraron a mi familia que había marchado a la selva. Pero cuando regresé encontré a mi madre muerta… quizá de tristeza. Esa misma noche sepultamos su cuerpo en el corazón de la selva y adoramos tu nombre, Divino Palpitar de la noche, como ningún mortal lo había hecho desde hacía siglos… 

Hasta que una noche de luna llena los encontramos: venían en balsas de guadua por el río, vestidos con sus atuendos ancestrales y se hacían llamar los “Chamanes del Bredunco”. Junto a ellos navegaba una embarcación de motor en la que venía un grupo de médicos y científicos extranjeros. 

Ya en tierra, dijo la chamana después de saludar: “Es al albino al que buscamos” -y de nuevo mis ojos de niño se llenaron de miedo y de lágrimas-; “sabemos que guarda un secreto en su sangre; nos lo ha dicho la ciencia y el mismísimo Bredunco; por eso hemos venido a su encuentro”. 

Nos condujeron aguas arriba hasta el poblado que habían habitado durante siglos en medio de la jungla. En la maloca, los chamanes no hablaban, solo    adoraban tu gigantesca estatua monolítica. La sagrada sierpe entre tus manos y las águilas de pico curvo talladas en tus ojos de piedra, se veían recién pintadas con resinas naturales; detrás de ti, atentos, dos feroces vigilantes de piedra, cada uno de dos cabezas mostraban sus agresivos colmillos felinos y sus cuerpos desnudos, bañados en sangre. 

La chamana me pasó el totumo con el yagé después de la ceremonia lunar, y me dijo: “Dicen los Mayores y las Mayoras que antes de llegar a este lugar sagrado, en medio de un eclipse lunar, un niño de nuestra tribu fue sacrificado a petición del Dios de la Eterna Noche; su cuerpo en posición fetal fue hundido por los chamanes en el río, para que de forma natural se conservara intacto durante siglos y pudiera ser recuperado después, cuando el Gran Dios de la Eterna Noche diera la orden. Dicen los Mayores y las Mayoras que la orden ya ha sido dada. Ahora debes recordar dónde está ese cuerpo, en la sangre de ese niño está la clave para nuestra supervivencia, pues ese niño es uno de tus ancestros y gracias a sus genes has podido sobrevivir a la pandemia”. 

Y habiendo bebido un sorbo grande del Bejuco de Dios entré en tus dominios, Señor, al otro lado del tiempo, donde no existen astros ni eternos ni fugaces. Así recordé lo que estaba escrito en mi sangre: siglos atrás, los chamanes remaron aguas arriba rumbo a la cordillera sin dueño… El cauce nos condujo por el fértil valle hasta el llano grande, aún sin nombre, donde una mujer y una hija, un día tendré (o tuve, según hable con tu corazón o con el mío, divino palpitar de la noche). Cuando encontraron el piedemonte, descendieron de la balsa y continuaron la marcha a pie, trepando por la alta cordillera en la que florecen, allá en el sur, siempre en el sur, los “bosques extasiados” habitados de misterios, de fauna salvaje y de “lluvias sempiternas”. 

Después de varias jornadas los chamanes llegaron al pico más frío de las montañas Andinas, allí donde el Puracé vomita al cielo su sulfurosa humareda gris. Acamparon a orillas de la laguna termal que da nacimiento al brazo izquierdo del Bredunco; y, para ocultarse de los enemigos invisibles, se pusieron sus atavíos y sus máscaras ceremoniales; danzaron largo rato invocando tu nombre y bebieron ayahuasca. 

Después llevaron la balsa hasta la laguna hirviente y pusieron nuevamente sobre ella mi cuerpo amortajado, la vasija de oro con mi corazón en su vientre y mis pertenencias. Aún ocultos entre sus atuendos y sus máscaras la botaron al agua y se quedaron tristes en la orilla musgosa viéndola de cerca iluminada por una luna brillante pero muda. Luego la vieron convertirse en una sombra oscura, hasta que finalmente se hundió en medio del croar de las ranas. 

También recordé tu nombre guardado en mi sangre, tal como la chamana, que también es mi madre, lo dijo siglos atrás. Fue cuando desperté temblando de frio y todavía con el sabor amargo de la ayahuasca en mi garganta, aunque con otro cuerpo, con otro nombre, con otra edad, pero aún con tu corazón palpitando en mi pecho, Señor de la Eterna Noche. 

Es cierto que en su vientre líquido crece el légamo, pero no el tiempo; y así bajo el lecho oscuro del Bredunco, hecho de ceniza, limo y azogue, después de siglos y de siglos, mi cuerpo momificado, la vasija dorada con mi corazón en su vientre y mis pertenencias aparecieron ante un nuevo sol. 

Y habiendo encontrado en esa momia infantil, nuestra sangre pura, limpia y sin mancha, los chamanes y los científicos internacionales pudieron procesar el genoma ancestral para mejorar nuestro sistema inmunológico y salvarnos de la nueva tuberculosis. Pero para entonces todas las grandes ciudades estaban destruidas y todas las economías estaban colapsadas. 

La sociedad occidental era inexistente porque todos, todos sus dioses la habían abandonado; incluso, aquellos dioses que prometieron volver… nunca volvieron. Solo volviste Tú Señor, porque nuestros antepasados te presintieron entre los Andes majestuosos y te llevaron en cada gota de su sangre. Por eso nuestro destino está guardado en nuestra sangre, y tu nombre también, Dios de la Eterna Noche.

Por: Carlos Cardona 

Oda al Gran Dios de la Noche. Cuento de Carlos Arturo Cardona. Quinta Parte: Guardada en la sangre.