Te hablo de dÃas circuidos por los más finos árboles:
te hablo de las vastas noches alumbradas
por una estrella de menta que enciende toda sangre:
te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria
que cae eternamente en la sombra, encendida:
te hablo de un bosque extasiado que existe
sólo para el oÃdo, y que en el fondo de las noches pulsa
violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.
Morada al Sur, Aurelio Arturo
Después de un breve tratamiento y de muchos exámenes me reintegraron a mi familia que habÃa marchado a la selva. Pero cuando regresé encontré a mi madre muerta… quizá de tristeza. Esa misma noche sepultamos su cuerpo en el corazón de la selva y adoramos tu nombre, Divino Palpitar de la noche, como ningún mortal lo habÃa hecho desde hacÃa siglos…
Hasta que una noche de luna llena los encontramos: venÃan en balsas de guadua por el rÃo, vestidos con sus atuendos ancestrales y se hacÃan llamar los “Chamanes del Bredunco”. Junto a ellos navegaba una embarcación de motor en la que venÃa un grupo de médicos y cientÃficos extranjeros.
Ya en tierra, dijo la chamana después de saludar: “Es al albino al que buscamos” -y de nuevo mis ojos de niño se llenaron de miedo y de lágrimas-; “sabemos que guarda un secreto en su sangre; nos lo ha dicho la ciencia y el mismÃsimo Bredunco; por eso hemos venido a su encuentro”.
Nos condujeron aguas arriba hasta el poblado que habÃan habitado durante siglos en medio de la jungla. En la maloca, los chamanes no hablaban, solo adoraban tu gigantesca estatua monolÃtica. La sagrada sierpe entre tus manos y las águilas de pico curvo talladas en tus ojos de piedra, se veÃan recién pintadas con resinas naturales; detrás de ti, atentos, dos feroces vigilantes de piedra, cada uno de dos cabezas mostraban sus agresivos colmillos felinos y sus cuerpos desnudos, bañados en sangre.
La chamana me pasó el totumo con el yagé después de la ceremonia lunar, y me dijo: “Dicen los Mayores y las Mayoras que antes de llegar a este lugar sagrado, en medio de un eclipse lunar, un niño de nuestra tribu fue sacrificado a petición del Dios de la Eterna Noche; su cuerpo en posición fetal fue hundido por los chamanes en el rÃo, para que de forma natural se conservara intacto durante siglos y pudiera ser recuperado después, cuando el Gran Dios de la Eterna Noche diera la orden. Dicen los Mayores y las Mayoras que la orden ya ha sido dada. Ahora debes recordar dónde está ese cuerpo, en la sangre de ese niño está la clave para nuestra supervivencia, pues ese niño es uno de tus ancestros y gracias a sus genes has podido sobrevivir a la pandemia”.
Y habiendo bebido un sorbo grande del Bejuco de Dios entré en tus dominios, Señor, al otro lado del tiempo, donde no existen astros ni eternos ni fugaces. Asà recordé lo que estaba escrito en mi sangre: siglos atrás, los chamanes remaron aguas arriba rumbo a la cordillera sin dueño… El cauce nos condujo por el fértil valle hasta el llano grande, aún sin nombre, donde una mujer y una hija, un dÃa tendré (o tuve, según hable con tu corazón o con el mÃo, divino palpitar de la noche). Cuando encontraron el piedemonte, descendieron de la balsa y continuaron la marcha a pie, trepando por la alta cordillera en la que florecen, allá en el sur, siempre en el sur, los “bosques extasiados” habitados de misterios, de fauna salvaje y de “lluvias sempiternas”.
Después de varias jornadas los chamanes llegaron al pico más frÃo de las montañas Andinas, allà donde el Puracé vomita al cielo su sulfurosa humareda gris. Acamparon a orillas de la laguna termal que da nacimiento al brazo izquierdo del Bredunco; y, para ocultarse de los enemigos invisibles, se pusieron sus atavÃos y sus máscaras ceremoniales; danzaron largo rato invocando tu nombre y bebieron ayahuasca.
Después llevaron la balsa hasta la laguna hirviente y pusieron nuevamente sobre ella mi cuerpo amortajado, la vasija de oro con mi corazón en su vientre y mis pertenencias. Aún ocultos entre sus atuendos y sus máscaras la botaron al agua y se quedaron tristes en la orilla musgosa viéndola de cerca iluminada por una luna brillante pero muda. Luego la vieron convertirse en una sombra oscura, hasta que finalmente se hundió en medio del croar de las ranas.
También recordé tu nombre guardado en mi sangre, tal como la chamana, que también es mi madre, lo dijo siglos atrás. Fue cuando desperté temblando de frio y todavÃa con el sabor amargo de la ayahuasca en mi garganta, aunque con otro cuerpo, con otro nombre, con otra edad, pero aún con tu corazón palpitando en mi pecho, Señor de la Eterna Noche.
Es cierto que en su vientre lÃquido crece el légamo, pero no el tiempo; y asà bajo el lecho oscuro del Bredunco, hecho de ceniza, limo y azogue, después de siglos y de siglos, mi cuerpo momificado, la vasija dorada con mi corazón en su vientre y mis pertenencias aparecieron ante un nuevo sol.
Y habiendo encontrado en esa momia infantil, nuestra sangre pura, limpia y sin mancha, los chamanes y los cientÃficos internacionales pudieron procesar el genoma ancestral para mejorar nuestro sistema inmunológico y salvarnos de la nueva tuberculosis. Pero para entonces todas las grandes ciudades estaban destruidas y todas las economÃas estaban colapsadas.
La sociedad occidental era inexistente porque todos, todos sus dioses la habÃan abandonado; incluso, aquellos dioses que prometieron volver… nunca volvieron. Solo volviste Tú Señor, porque nuestros antepasados te presintieron entre los Andes majestuosos y te llevaron en cada gota de su sangre. Por eso nuestro destino está guardado en nuestra sangre, y tu nombre también, Dios de la Eterna Noche.
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